África… casa de jirafas, cebras, leones, elefantes y … también cocodrilos. Muchos cocodrilos… Que se bañan en un río que se llama Nilo. Y allí, en el Nilo, en la orillita… se encontraba Camilo, un cocodrilo.
Si hay algo que no tienen los cocodrilos es miedo, son valientes, atrevidos, fuertes y con unas bocas largas y llenitas, llenitas de dientes. Pero la verdad es que a Camilo le gustaba mucho comer dulces y siempre que veía un crucero navegando por el valle del Nilo, él se acercaba en silencio y cuando le veían:
-¡¡¡Aaaaaaaa!!! ¡Cocodrilo! -gritaban los turistas lanzando al aire los deliciosos dulces árabes, cargados de miel, azúcar, pistacho, helado…
-¡¡Jo, jo, jo, jo!! -se reía Camilo bien contento- ¡Estos turistas piensan que les quiero comer… si ellos supieran que lo único que quiero son sus pasteles! ¡Jo, jo, jo, jo! -se reía algo dolorido entre mordisco y mordisco, porque, lo cierto es que a Camilo hacía días que le dolían los dientes.
Su mamá, la cocodrila Mila, le repetía una y otra vez que no debía volver a buscar pasteles, que los cocodrilos comen otras cosas. Y que ya era hora de ir al dentista a ver qué pasaba en esa boquita.
Pero precisamente eso era lo que más miedo le daba a nuestro amigo Camilo, ir al médico. A cualquier médico, al hospital, a una clínica…. Le temblaban las piernas solo de pensarlo.
-¡No quiero ir! ¡No quiero, mamá! ¡No quiero ir al dentista! -repetía una y otra vez y se sumergía en el río,
alejándose del grupo.
Uno de los días que se alejaba, se chocó con un hipopótamo.
-¡Au! Perdón, señor Hipo, iba nadando sin prestar atención y no le vi. -El Sr. Hipo no era un desconocido,
era amigo de Papá Cocodrilo y a diario, se veían en el río Nilo.
-No pasa nada, querido. Pero, ¿a dónde vas con tanta prisa? -dijo el Señor Hipo con toda su calma.
-No sé. Lejos. Mi mamá quiere llevarme al médico y yo no pienso ir. Me dan miedo, seguro que me hacen
daño, no quiero que me toquen los dientes, no quiero ir al dentista, aunque me duelen los dientes y sobre todo este de aquíííííí- empezó a llorar Camilo…
-Calma, pequeño -empezó el Señor Hipo- y dime, ¿dónde es que te duele?
-Este de aquí arriba -respondió tranquilo Camilo.
El señor Hipo tiró suavemente del diente que hizo “cracccck” y se cayó delicadamente en la manito de
Camilo.
-¡Guauuu! ¡Qué pasada! Se me ha caído el diente que tanto dolor me daba, ¡ahora ya estoy mejor y ya
puedo comer más pasteles!
-No te equivoques, querido Camilo -respondió el hipopótamo, ahora te nacerá otro diente en ese lugar pero ya no tendrás más oportunidades de cuidarlo, debes lavar tus dientes cada día y siempre después de cada comida. De lo contrario, tendrás un dolor muy fuerte. Es verdad que los cocodrilos tenemos muchos, unos 80 dientes más o menos y que cada año renovamos los dientes, llegando a tener en nuestra vida unos
3000 dientes, no como los niños y las niñas, que si no se cepillan a diario y tienen mucho cuidado de no
comer demasiados dulces y pasteles, pueden quedarse sin ninguno.
-¡Señor Hipo! Pero, ¿cómo es que sabe Usted tanto sobre los dientes?
-¡Muy fácil, Camilo! Yo soy dentista -reveló el hipopótamo ante el asombro de Camilo.
-¿Den… tista? ¡Pero si yo no le tengo miedo y a los dentistas sí! ¿Cómo es posible?
-Los médicos, además de médicos, somos también amigos, conocidos, vecinos. Y no somos malos,
somos normales. Simplemente nuestro trabajo es cuidar de los demás. Pero, para cuidarte, ¿te hice daño?
-No, nada. -reconoció Camilo.
-Eso es, porque no hay ningún daño que hacer, yo no quiero verte mal, no quiero que tengas dolor de tu
dientito, por eso te ayudé a que se te pasara. Y así cada médico. El pediatra cuida que los niños pequeños
esté bien, el oculista revisa que tus ojitos no tengan ningún problema, el cardiólogo escucha atentamente a tu corazón y controla que está todo bien. Y créeme, Camilo, no queremos nada más que ayudar y que no te duela nada. Y ahora, ¿tienes miedo de los médicos?
-Yo nunca he tenido miedo de usted, Señor Hipo, lo que pasa es que no sabía que era médico y creo que tampoco sabía qué hace exactamente el médico. Es verdad que en los hospitales y clínicas están para ayudarnos y solo quieren ver que todo está bien… pues, ¡yo también seré médico de mayor!
-¡Qué buena idea! -dijo la mamá cocodrila, según se acercaba a ellos y abrazaba a su hijito.
Y juntos volvieron con su familia y Camilo nunca más se olvidó de lavar los dientes cada día y también dejó de buscar dulces y pasteles, sabiendo perfectamente que en esta vida hay que cuidarse mucho para que nada, nadita nos de dolor.
Y colorín, colorado, Camilo estaba curado.