El Jardín cuento por Lorena Neira Fernandez para Sana Sanita

El jardín

Lucía el sol como nunca, un sol de otoño. La temperatura era agradable y los rayos entraban por las ventanas de la granja de Julia y Naia. Debían de ser las 7 de la mañana o como mucho las 7:10 porque la furgoneta que cada día conducía el panadero llegaba sobre las 7:15 y les dejaba pan fresco frente a la puerta y hoy todavía no lo habían escuchado.
-¡Tssss, tssss! -susurró Julia a su hermana. -¡Despierta, perezosa, que va a llegar el pan y hoy tenemos que preparar el desayuno para nosotros y también para todas nuestras primas que vienen a ayudarnos en el jardín de la granja!
-Ya voy… -decía Naia mientras se estiraba mucho y mantenía los ojos cerrados.
Naia y Julia eran hermanas pero eran tan diferentes que nadie diría que son familia. Físicamente eran rubia y morena, el pelo rizado y la otra liso. Naia tenía los ojos enormes de un verde puro y fondo amarillo. Julia, sin embargo, tenía los suyos azules como el mar, intensos, pequeños y redonditos. Cada persona que los visitaba en la granja hacía el mismo comentario: “una como su madre y otra como su padre, ¡qué curioso!”. También eran diferentes en su forma de ser, una dormilona, la otra tan activa que parecía que no necesitara ni dormir un poco. Pero sin duda, el equipo perfecto.

Mamá y papá trabajaban cada día sin parar, se encargaban de preparar a las vacas para pastar en los campos alrededor de la casa, acompañados siempre por el perrito de la familia, un San Bernardo enorme y cariñoso, Saturno. Vendían la leche de las 450 vacas que tenían y también cosas del huerto en el mercado del pueblo pero lo que más les gustaba a las chicas era el jardín de la granja. Papá les había dejado un cuadradito perfecto, marcado por una valla bajita de madera. Allí podían plantar lo que ellas quisieran y lo que había empezado cuando tenían 6 y 8 añitos ahora, ya con 13 y 14, era un jardín lleno de preciosas rosas, amapolas, margaritas y muy pronto: tulipanes.

Los amigos y la familia admiraba su jardín en cada visita, era colorido y además estaba decorado con piedras de todas las formas y tamaños que habían encontrado en sus paseos por el bosque.
También tenían farolillos que se iluminaban al alimentarse de sol. Una auténtica preciosidad para admirar de día y de noche.
Y había llegado el mejor momento para plantar los tulipanes, por eso esa mañana venían las primas para ayudarles, todas querían ser partícipes de semejante proyecto botánico, hermoso y perfumado con el olor a todas aquellas maravillosas flores. Entre ellas se habían distribuído los bulbos de sus tulipanes favoritos, Julia los blancos, Naia los amarillos y sus primas Violeta e Iria los rojos y rosas.

Juntas, después del rico desayuno, se enfundaron su delantal de jardín, su sombrero para el sol y sus botas jardineras. A Julia no se le podía ocurrir mejor plan que pasar tiempo con sus amigas o su familia, compartir cosas que le gustaban, como la jardinería o preparar el desayuno o la merienda para sus invitados. Naia, sin embargo, era más independiente y siempre decía a sus amigas:
-¡Yo tengo un jardín más bonito que nadie! ¡Yo sé cuidar de las flores mejor que tú! ¡Yo soy la mejor jardinera! -incluso se lo decía a su propia hermana, que triste, la miraba y no contestaba, porque sabía que no era verdad.
La cuestión es que plantaron aquellos tulipanes el mismo día, a la misma hora, con la misma tierra, la misma cantidad de agua y el mismo cariño y cuidado pero… después de una semana todos empezaron a asomar de la tierra y de los tulipanes de Naia: nada, ni rastro.
Pasadas dos semanas los blancos, los rojos y los rosas empezaban a abrirse camino, los de Naia: nada, ni rastro.
Unos días más y Naia, ya triste, no quería ni salir al jardín a ver sus flores porque de ellas: nada, ni rastro. -¿Por qué no crecen? ¿Qué pasa? ¡Si mis flores son las mejores! -pensaba ella.
Durante cuatro meses Naia no quiso ni pasar cerca de su jardín. Su mami, viéndola tan triste, se acercó a hablar con ella.

-Naia, ¿has ido a ver si tus tulipanes amarillos ya han nacido? -preguntó su mami.
-No. ¿Para qué? No han nacido y el resto sí. ¡Y mis tulipanes tenían que ser los mejores! -dijo ella muy decepcionada.
-Es verdad que el resto ya nacieron y tienen colores preciosos, deberías verlos y también decírselo a tus primas y a tu hermana, que te gustan y que son muy bonitos. A ti también te gusta que te lo digan. Y fíjate, ellas todo lo que han recibido hasta ahora han sido tus comentarios de que lo tuyo es mejor, tu jardín el más bonito, tus flores las más coloridas. Y, ¿sabes? Durante todo este tiempo eran ellas las que se sentían tristes, tal y como te has sentido tú estos días.
Naia en ese momento levantó la cabeza, dándose cuenta de lo horrible de la situación.
-Todo este tiempo he hecho sentir a los demás como yo me siento ahora… triste y peor. Y nadie es peor que nadie, nadie es mejor que nadie. ¡Qué equivocada había estado!-.
Salió corriendo al jardín y para su sorpresa, ¡todos los tulipanes habían florecido! ¡Ay las flores!
Cada una necesita su tiempo pero todas, todas y cada una de ellas florece.

Y así fue cómo Naia se dio cuenta de que las personas son como las flores y las plantas en general. A veces pensamos que uno es mejor que otro porque florece antes, brilla, sabe hacer algo mejor que los demás pero esto no significa que la otra persona no pueda hacerlo, puede necesitar más o menos tiempo, solo eso, pero podrá hacerlo. O quizás destaque en otra cosa, al final y al cabo, somos diferentes, como los tulipanes: unos blancos, otros amarillos…

Y colorín, colorado, florece y no estés marchitado.

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