Cuento para Sana Sanita por Lorena Neira Fernández
Jacinto era un niño de seis años, muy divertido, espabilado y atrevido.
Un buen día Jacinto y sus amigos decidieron irse al parque después del cole, bueno, en realidad ellos tuvieron la idea pero fueron sus mamis las que aceptaron y les llevaron, ¡claro, los niños no se van solos a ningún lugar! La cuestión es que en el parque, rodeados de columpios, toboganes y diferentes juegos, empezó a crecer la tensión:
-¡Yo voy primero!
-¡Oye, te has colado!
-¡No vale, yo estaba antes que tú!
Y entre empujones y gritos las mamis se acercaron rápidamente a calmar los ánimos y a explicarles que hay que respetar los turnos y las filas, que todos podían jugar y tirarse por el tobogán pero que si se gritaban y no se respetaban, se irían de inmediato a casa por no cumplir las normas del juego. Durante la explicación, Jacinto, apartándose lentamente pensó:
-¡Ja! ¡Planazo! Como todos mis amigos quieren ponerse en la fila de primeros, yo subiré al tobogán desde abajo y así cuando ellos lleguen arriba: yo ya estaré sentado para bajar primero. ¡Soy el number one! -pensaba triunfante.
Fue rápidamente desde abajo agarrándose con las manitos por los lados y de pie tobogán arriba -mala idea-. Tan rápido quiso subir que cuando ya casi estaba arriba del
todo, de repente su pie falló y sus manos se soltaron. Y claro, se cayó por un lado del tobogán directamente al suelo desde aquella gran altura. La caída fue bastante fea y sus gritos: monumentales.
Y así fue cómo Jacinto aprendió que el tobogán puede ser un lugar peligroso y que hay que tirarse de manera segura, sentado y de arriba a abajo, respetando el turno y sin empujarse. Créeme, Jacinto con la muñeca rota y todo el dolor que pasó, jamás volvió a discutir con sus amigos quién subía primero por las escaleritas.
Y colorín, colorado, ¡en el parque ten mucho cuidado!
