Es diciembre y en Laponia los elfos trabajan sin parar. Producen regalos, moldean los juguetes, los pintan, empaquetan. También ayudan a Papá Noel a leer las cartas de los niños y les cuentan lo que ven a diario en cuanto a comportamiento. Si Amaia ha sido buena, si Eladio se ha comido todo…
En Laponia tienen un taller gigante, con grandes tubos que recogen el papel de regalo, cintas de colores rojos, verdes, blancos. Lazos con purpurina, lazos grandes, pequeños.
Hay juguetes por todas partes, bicis, muñecas, patinetas, coches teledirigidos. Pero realmente esta parte del taller es la más pequeña. La otra parte, la más grande, es la más importante. ¿A que pensabas que lo más importante de Laponia era la fabricación de juguetes? ¡Pues no!
En esa parte grande del taller, Papá Noel tiene su trono, allí se sienta a leer cartas y ver cosas del día a día de los niños. Allí es donde él selecciona qué necesita cada niño. Y aunque pienses que lo que más necesita un niño es un juguete, estás equivocado amiguito. Y te voy a contar por qué:
Había una vez un pueblo en el norte de España donde vivían Álvaro, su hermano y sus padres. Álvaro iba al cole cada día con sus mejores zapatillas de deporte, un chándal reluciente y una mochila nueva cada curso. Pero siempre veía una de las niñas de la clase con las zapatillas rotas, Lucía.
Lucía era una niña más bajita que el resto, muy delgadita y con la mirada un poco triste, apenas jugaba o hablaba. Ella repetía mochila cada año, usaba la ropa de sus hermanos mayores, que a veces todavía le iba grande, y sus zapatillas estaban rotas por delante.
Álvaro jamás se rió de ella, ¿por qué iba a hacerlo? La tristeza de los demás nunca es motivo de risa ni de broma, todo lo contrario. Bien se lo había explicado la mamá de Álvaro cuando él había llegado muy preocupado a casa el día que, por primera vez, vio que a Lucía se le rompía la zapatilla. Su mamá le había dicho que no todas las familias tenían la misma suerte, la suerte de tener un trabajo y dinero para comprar cosas necesarias o cosas que les apetecía tener.
Álvaro siempre pensaba en Lucía cuando se acercaba la Navidad y le pedía a Papá Noel que trajera un poquito de alegría a su casa, que le llevara esperanza a los papás de Lucía y mucho amor para compartir juntos. Claro, el amor, la esperanza y la alegría son incalculables, es algo grande, grande, grande… infinito. Así lo había dicho la mamá de Álvaro. Y entonces aquí venía el problema, con tanto amor, alegría y esperanza en el trineo, Papá Noel no podía cargar juguetes para todos y cada uno de los niños.
Durante meses Papá Noel se sentaba en su trono pensando qué era lo que realmente necesitaban niños como Lucía. La observaba desde Laponia, a veces triste, a veces llorando, por la noche abrazada a su mamita mientras las dos lloraban con hambre. Y claro, antes tal situación, decía: no hay más pensar. ¡Esta niña necesita alegría! ¡Los niños deben sonreír y ser felices! ¡Este año, mi querida Lucía, recibirás una dosis gigante de alegría y tus papás: un gran paquete de esperanza con la que poder seguir trabajando y luchando por ti y por tus hermanos!
Entonces, sabiendo esto, a Álvaro se le ocurrió una gran idea:
-¡Papá Noel no podrá traer regalos materiales para todos, juguetes, bicis, zapatillas…!
¡Pero yo sí!
A su mami le fascinó la idea y decidieron organizar una recogida de juguetes, zapatillas, dulces de Navidad para que ninguna familia, ningún niño se quedara sin juguete, sin celebración o sin turrón.
Desde entonces, en cada ciudad y pueblo español se ayuda de esta manera a Papá Noel y a los Elfos para asegurar que todos tengamos una … ¡Feliz Navidad!
Y colorín, colorado, ¡jo, jo, jo, la Navidad ya ha empezado!