SANA SANITA

cuentos infantiles

La Rana Juana

Hace muchos, muchos años, en un estanque del parque del Retiro, en Madrid, vivía una familia de ranas bien simpáticas. Les gustaba mucho croar al sol y darse un chapuzón de vez en cuando.

En esa familia de ranas, había tres renacuajos, que son las ranitas pequeñitas, es decir: los bebés rana. Se llamaban Roque, Lisa y la más pequeña, la rana Juana.
Al ser la más pequeña, Juana estaba todo el día disfrutando de la vida: al agua a nadar, al nenúfar a tomar el sol, a pasear por el estanque… Y claro, cuando hacía calorcito lo que más le gustaba era tomar: helados.
La mamá Rana siempre avisaba: los helados están muy deliciosos pero debes tener cuidado porque tanto hielo, tanto hielo, helará tu garganta y tu vocecita.
Pero Juana no escuchaba a su mami y cuando había helados era capaz de tomarse: ¡uno, dos, tres, cuatro y a veces hasta cinco helados sin parar!
Las ranitas preparaban la fiesta de verano, que se celebraba cada verano a finales de agosto.
Cuando más turistas paseaban por el parque. Entonces las ranitas se ponían en fila subidas a sus nenúfares previamente acordados y cantaban al unísono, toditas a la vez. ¡Tenías que ver la cara de los turistas y paseantes! Les hacían fotos, vídeos y las admiraban muchísimo. ¡Las ranas cantarinas!

Juana emocionada, practicaba todo el verano para la gran ocasión. Era su primera fiesta y su mamá le había asignado el nenúfar delante de todos, el mejor. Desde allí la podrían ver todos los que se acercaran al estanque. Estaba radiante y emocionada (un poco estresada también, claro)
El día antes de la fiesta Juana encontró en el congelador su perdición: helados. Había una caja tan, tan, tan grande que pensó para sí misma: si la ven mis hermanos voy a tener que compartir los helados con ellos. Y el de fresa me gusta a mí, el de vainilla me gusta a mí, el de chocolate me gusta taaaaanto, el de limón no puedo dejarlo y el de coco, ¡ooooh el de coco me encanta! ¡Y hay uno de plátano, mmmmmm! Y este es de … ¡mango, mmmm!
La rana Juana no dejó ni uno en la caja. Se zampó todos los helados, fresa, vainilla, chocolate, limón, coco, plátano, mango… nada más y nada menos que siete helados. ¿Y qué crees que pasó?

Efectivamente, tal y como había adelantado su mami, si comes muchos helados, tu garganta y tu vocecita pueden ponerse malitas -bueno y la barriguita también.. y los dientes…- Y entonces llegó la hora de la fiesta, todos subieron a sus nenúfares y empezaron los adultos: -Croac, croac, croac…- cantaban llamando la atención de los primeros turistas.
Cuando llegó el turno de los renacuajos, la voz de Juana… simplemente no salió, estaba helada, como todos aquellos helados que se tomó. Helada, helada. No salía ni una simple “a”.

El resto de ranitas cantaron alegremente y la pobre Juanita se quedó triste, no había podido participar en la fiesta que llevaba tanto tiempo esperando. Pero de igual manera, sus hermanos tampoco habían podido disfrutar de los helados porque ella se los había comido todos. ¿Y lo bonito que hubiese sido compartir los helados con todos y luego no estar malita y participar en la fiesta?

Porque las cosas se hacen poquito a poco y porque compartir… ¡compartir es vivir!

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