Querido papá, mamá, profe o acompañante en esta lectura. Este cuento no es el ideal para dormir, todo lo contrario. Con este cuento el niño se mueve y va haciendo exactamente lo que la historia le dice. Un cuento vivo…
Había una vez un niño que era muy dormilón. Cada día dormía estirado en su camita y, a veces, roncaba tan profundamente que no escuchaba los pitidos incesantes de su alarma: piiii-piiii-piii.
Cuando ya pasaban más de 20 minutos, su mamá venía a su dormitorio y tocaba las palmas para despertarlo: ¡clap-clap-clap! -¡Arriba, Ramón, que eres un dormilón! -decía.
Ramón, muy lentamente, se levantaba de su cama y estiraba primero un brazo, luego el otro.
Sacudía una pierna, luego la otra. Giraba la cabeza hacia los dos lados y de un salto, ¡chasss! Estaba listo para meterse en la ducha.
Para Ramón la ducha era un ritual mañanero, ¡le encantaba ducharse y frotarse aquí, allí y allá. Con su esponja en su manito frota-frota-frota! ¡Frotaba el pelo con un champú riquísimo que olía a frambuesa y siempre se olía sus manitos… mmmmmmm!
Otra vez su mamá aparecía en el baño y con dos palmaditas de manos, ¡clap-clap!, le avisaba que el desayuno ya está listo.
Ramón salía de la ducha y se secaba concienzudamente con la toalla, seco sequito se sentaba en su camita y se vestía por fin, primero los calcetines: uno y dos.
Luego los pantalones del cole: ¡Arriba!
Y por último la camiseta: un brazo, otro brazo y … ¡la cabeza!
Corre que te corre iba escaleras abajo, tac-tac-tac-tac, mientras decía: -¡Ya voy, mami!
Ramón era de buen comer, se zampaba todo el desayuno: comía siempre una tostada y también un plátano, que claro, primero abría delicadamente y después, ¡a la boca! También bebía con mucho gusto un vasito de leche. Después de esto y antes de ir al cole, súper importante, nuestro amigo subía las escaleras y de nuevo en el baño, se cepillaba los dientes sin dejarse ni uno atrás.
Se ponía los zapatos y cogía su mochila para salir. Como su cole estaba muy cerquita de su casa, entonces Ramón y sus hermanos iban caminando pasito a pasito durante un buen rato.
Cruzaban un parque y allí había muchas piedras, así todos, saltaron la primera. Luego la segunda.
Otra más y una más todavía. Pero claro, la noche antes había llovido mucho y en el suelo había tanto barro que al saltar, ¡se habían ensuciado totalmente los zapatos!
Su hermano mayor tuvo una brillante idea: ¡vamos a sacudirlos! ¡Un poquito más! ¡Más fuerte! ¡Más fuerte!
¡Oh no! El barro de los zapatos había salpicado los pantalones de todos.
-¡Sacude la ropita, Ramón! ¡No se puede ir al cole sucio! -decía preocupado su hermano.
Sacudían y sacudían con fuerza pero nada, habrá que frotar.
Frotaron y frotaron y la verdad es que lo hicieron peor, el barro estaba ahora por todo, zapatos y pantalones. Ramón se preocupó mucho porque recordaba que su profe siempre decía que al cole hay que ir arregladitos y limpios. Y de la preocupación, se puso a llorar.
¡Qué llantos, el pobre Ramón! ¡Lloraba tan fuerte pero tan tan fuerte que su hermanito decidió usar la mejor medicina para curarle las lágrimas!
¿Sabéis cuál es?
¡El abrazo!
Con tanto mimo, Ramón volvió a sonreír…
…y colorín colorado ¡busquemos un pantalón lavado!