Me lo recuerdas, cuento sobre el Alzheimer por Lorena Neira Fernandez

¿Me lo recuerdas?

Cuento para Sana Sanita por Lorena Neira Fernández. Con mucho cariño para Amalia Calviño y su mami.

Leo, Pablo y su hermano Iago vivían en la Bretaña francesa, lejos de Seixo, en Galicia. Pero tanto a ellos como a sus primos, les encantaba visitar este pueblo porque eso significaba una cosa: vacaciones.

Lilas, la abuela, vivía en una casa grande, la casa del árbol. Le llamaban así porque del jardín se levantaba un robusto árbol con sus robustas ramas que llegaban a la ventana de la cocina. Daba la sensación misma de estar subidos al gigante verde, por no hablar de su aroma tan peculiar y fresco. A todos les gustaba visitar a la abuela, los domingos de cocido y las sobremesas al calor de la cocina de hierro.

-Abuela, ¿hay postre? -preguntaba Valentina.
-¡Sí, claro! ¡Flan! -respondía la abuela Lilas orgullosa.
Durante el verano Louise estaba de vacaciones también, como sus primos, y no había momento del año que le gustase más. No tenía que madrugar para ir al cole, sus cosas no estaban tan ordenadas como siempre ni su mamá tenía tanta prisa. Por eso a todos les encantaban esas semanas, podían dormir más, jugar más, pasar más tiempo en la playa y aprender cosas nuevas en casa de la abuela. ¡Sin duda lo mejor del año!
Claro que las vacaciones también tienen lo suyo y es que Manuela no quería salir del agua ni para ponerse crema y, ¡alguna que otra quemadura tuvo! Además los días eran súper largos y cuando por fin, después de todo el día de playa, jugar, nadar, correr, paseo con la abuela Lilas y juegos con todos los primos, incluidas Raquel y Sara que también visitaban el pueblo en esas semanas, cuando llegaba a su camita, agotada, se tenía que volver a levantar para lavar los dientes, porque se le olvidaba del cansancio.

-¡Manuela! ¿Te has lavado los dientes? -le recordaba su abuela.
-¡Ay! Se me ha olvidado pero ya estoy en cama y tengo mucho sueño -respondía ella.
-¡Arriba, Manuela! ¡Los dientes tienen que quedar bien limpitos por la noche, sin excusas! -decía la abuela Lilas.
-Sí, abuela. Si se me vuelve a olvidar, ¿me lo recuerdas? -preguntaba.
-Sempre, sempre -reía su abuela en gallego.
-Sempre, sempre -respondía con burla Manuela. Mientras pensaba lo cansada que debía estar la abuela, que con frecuencia olvidaba cosas y es que, claro, había tenido una vida llena de trabajos, cuidados y atenciones para toda la familia. Había aprendido a bordar muy jovencita, ¡y eso sí que tiene que ser muy difícil! También iba al molino a diario y molía el trigo con mucho esfuerzo.
-¡Vaya! -pensó Manuela aquella noche -la de veces que he tenido que recordarle cosas a la abuela sin darme cuenta de que lo que le pasa es que está muy cansada, como yo en verano. A partir de ahora le recordaré, sempre, sempre, todo lo que se le olvide y la cogeré fuerte de la mano para que no se sienta confundida.
Y así pasaba el tiempo, entre veranos llenos de alegría en casa de la abuela Lilas, inviernos de cole y amigos. Y muchos planes y viajes divertidos.
Y cuando ya eran todos más mayorcitos, un día al volver a casa por Navidad, Sara encontró a la abuela un poco confundida en la cocina:
-Abuela, ¿estás bien? -le dijo.
-¡Ah, hola, cariño, ya estás aquí! -dijo la abuela Lilas- es que, no encuentro mis gafas, no sé dónde las he puesto.
-No te preocupes, abuela. Yo te ayudo a buscarlas. ¿Has visto en el mueble donde siempre las pones al llegar a casa? -preguntó Sara.
-El mueble donde siempre… -repetía Lilas todavía confundida.
-Están aquí, abuela. Donde siempre. -le susurró Sara mientras la cogía, fuerte, de su mano.
-Vaya me había olvidado. -dijo la abuela algo preocupada.
Sara, como toda la familia, sabía qué estaba pasando con la abuela, tantas vivencias, tanto trabajo y sacrificio por cada uno de ellos. Tantas comidas, cenas y meriendas preparadas, tanta ropa bordada y trigo molido. Tantos paseos, caminatas al sol, trabajo en el jardín… La abuela tenía cansancio. Un cansancio muy, muy grande al que los médicos llaman “alzheimer”. Cuando estamos tan, tan cansados, no nos entran todos los recuerdos en la cabecita, algunos se nos escapan. Y por eso los guardamos dentro de nuestros seres queridos, de nuestros hijos, de nuestros nietos, nuestros amigos, para que ellos nos acompañen y nos recuerden lo que nuestra cabecita, cansada, no alcanza a memorizar. ¡Qué suerte tiene la abuela Lilas, que tiene una familia bien grande y cada uno de ellos tiene muchos de sus recuerdos por si se le escapan!
-¡Pues si te olvidas de algo, abuela Lilas, yo te lo voy a recordar, sempre, sempre!
-Sempre, sempre -respondió ella con una sonrisa recordando aquel juego de palabras de la infancia.

Y colorín, colorado, espero que este cuento sea de tu agrado.

Regala un cuento

¿Quieres hacer un regalo especial?