Era una noche de invierno, fuera llovía muchísimo y las gotas golpeaban la ventana del dormitorio. Chop, chop, chop, chop…
-Mamááááááá -se escuchó gritar desde el fondo del pasillo. -Me duele la barrigaaaaa.
-Dijo Mentirijilla con tono demandante y decisivo.
-Voy, voy -respondió su mamá cansada y adormilada.
Ya en su dormitorio su mamá le cantó una nana, la abrazó y consiguió que se olvidara del dolorcito de tripa que, realmente, se había inventado para que mami fuese a su camita.
Al día siguiente, jugando con sus amigos en el patio, Mentirijilla no quería quedarse el turno de pillar y cuando ya todos lo habían tenido y le tocaba a ella se tiró al suelo:
-Aaaaaaaaaay, me he hecho daño en el tobillo -gritó desconsoladamente.
-¡Mentirijilla! ¿Estás bien? -todos corrieron preocupados a su alrededor y la profe la cogió en brazos y sentó en el muro mientras comprobaba su pie, que por supuesto, estaba perfectamente porque una vez más, se lo había inventado para no quedar al pilla-pilla.
Esa misma tarde en casa, se enfadó con su hermano pequeño porque los dos querían usar el rotulador verde, tal fue la rabia que sintió en el momento de ver que su hermano tenía el rotulador que ella quería, que le dio una patada con todas sus fuerzas.
Al instante empezó a gritar:
-¡Mamáááááááááá! ¡Nico me ha dado una patada! -mientras fingía unas lágrimas de cocodrilo que distaban de la realidad.
-¡¿Yo?! -dijo Nico sorprendido y dolorido. -Pero si me has pegado tú, Mentirijilla, ¿por qué mientes tanto y cada día? ¡No voy a volver a jugar ni pintar contigo para que no me metas en líos! -dijo su hermano triste.
Mamá apareció y les dio un abrazo a los dos mientras les explicaba que no le gustaba verles discutir y que los hermanos son para quererse no para pegarse.
Este tipo de cosas ocurrían cada vez más y todos se iban dando cuenta de que Mentirijilla no estaba diciendo la verdad sino que se inventaba cosas o acusaba a los demás para librarse ella de lo que no le gustaba. ¡Mal método eh! Porque al darse cuenta, al final nadie le creía y cada vez que gritaba le decían:
-Venga Mentirijilla, sigue jugando, que ya nos conocemos.
Hasta un día que estando en la playa Mentirijilla y unas amiguitas empezaron a jugar con la arena y ella empezó a protestar porque no quería ir a la orilla a buscar más cubos de agua y sugería que debería ir la más pequeña del grupo en su lugar. Sus amigas, cansadas de sus ideas injustas, le dijeron que no. Que le tocaba a ella y que hay que respetar los turnos.
Y a la orilla que fue Mentirijilla, protestando entre los dientes.
-No me gusta ir a con el cubo a la orilla, ya he ido 20 veces, estoy harta, estas niñas no saben quién… ¡Aaaaaaauuuuu! ¡Auuuuuuuuuuu! ¡Auuuuu! -gritó Mentirijilla –
¡Mamááááááááááááááááá! ¡He pisado un cristal o algo, mi pie está sangrando terriblemente! ¡Ayudaaaaaa! ¡Chicaaaaas, ayuda! ¡Llamad a mi mamá que venga! -decía entre gritos y sollozos.
¿Qué crees?
¿Decía la verdad?
¿Sería otra de las suyas para no ir más a la orilla a cargar cubos de agua para los castillos de arena?
¿Por qué crees que sus amigas no iban corriendo al rescate?
Claro, todo parece indicar que se trata de una mentira más de Mentirijilla, pero, ¿sabes qué? Esta vez no, esta vez era verdad. Había pisado un cristal en la orilla y su piecito tenía una herida que sangraba. Por suerte su mami, que no la había escuchado porque hacía mucho viento, la vio llorando y fue rápidamente para llevarla al hospital y que le dieran puntos en su dedito gordo. Pero ese día Mentirijilla aprendió dos cosas importantes de la vida:
Una. Si mientes todo el tiempo, el día que dices la verdad y necesitas ayuda, puede que no te crean y tarden en ver que estás en apuros.
Y dos: hay que tener las playas limpias porque cualquiera puede pisar algo que no debe y hacerse daño.
Y colorín, colorado, ¿y tú cuántas mentirijillas has contado?