Había sido un día muy largo y Julia estaba muy cansada. El verano es así, agotador. Se habían despertado muy temprano y habían ido de excursión a la montaña. Mamá decía que había que aprovechar el día y que todos tenían que colaborar preparando las mochilas: mantita para el picnic, bocadillos, bebida, fruta. Cada uno tenía su misión y el madrugón ya pesaba en la energía de Julia.
Ya en la montaña habían caminado durante mucho tiempo, montaña arriba, montaña abajo. Papá había cargado con la mochila más grande pero aún así ella también había llevado su mochilita con su botella de agua y su fruta favorita.
Por la tarde, decidieron parar en la playa y darse un chapuzón, correr por la arena y hacer unos castillos con sus fortalezas, sus ventanitas, su fosa. En fin, un trabajo de excavación intenso.
Menos mal que toda la familia había colaborado en esa misión también.
La cuestión es que Julia ya cansada, pensaba en su camita y se le estaba haciendo el camino muy largo. No entendía por qué estaban todavía tan lejos de casa. Ella quería estar ya de vuelta.
Y entonces dijo:
-¡Quiero dormir! ¿Por qué no llegamos ya?
-Puedes dormir en el coche si quieres, apoya tu cabecita y descansa. -dijo su mami.
-Pero es que estoy muy cansada, la silla del coche no tiene almohada. ¡Quiero dormir! -según hablaba su tono de voz iba subiendo, como su cansancio. Cuánto más cansada estaba, más alto hablaba. Aunque siguieran dentro del coche y su mami, a su lado.
-¿Falta mucho? ¡Ya quiero dormir, mamá! -seguía.
-Tranquila, Julia, que ya muy pronto llegamos. Pero por favor, no grites, que estoy a tu lado y te escucho perfectamente. -Mamá empezaba a sonar disgustada.
-Que quiero llegar. ¡Yaaaaaaaaa!
Con el grito que dio, papá se asusto y movió el volante sin querer hacia un lado que no debía.
Tuvo que frenar súper fuerte para no tener un accidente. Y pararon en silencio en medio de la carretera. Casi habían tenido un accidente. Julia, en silencio y con los ojos súper abiertos ya no sentía sueño, de repente sentía miedo y ganas de llorar. Entonces mamá, como siempre, salió a solucionar y calmar la situación:
-Calma todo el mundo. Aparca ahí en la gasolinera un minuto y hablemos.
Papá, todavía asustado, condujo hasta la gasolinera, donde pararon, todavía en silencio.
Y mamá empezó:
-Julia, entiendo que estés cansada, pero dime una cosa: ¿si gritas vamos a llegar antes? ¿Si gritas te voy a escuchar más o mejor? ¿Si gritas vamos a disfrutar más del viaje de vuelta a casa?
Te escuchamos perfectamente y no es necesario que grites. Además en el coche, igual que en el autobús del cole, no se debe hablar tan fuerte porque podemos distraer al conductor. No solo no hemos llegado a casa sino que ahora estamos parados y vamos a tardar más en llegar.
¿Entiendes que hay cosas que podemos solucionar al momento y otras que necesitan que tengamos paciencia y esperemos un poquito?
Julia había entendido perfectamente que gritando no se solucionan las cosas, sino todo lo contrario, que podían empeorar la situación pero sobre todo y por encima de todo, había entendido que no quería que nada malo ocurriese a su familia y que en realidad habían pasado un día precioso y lleno de aventuras en la montaña y juegos en la playa. Que podía dormir un ratito en el coche y ya luego pasarse a la cama y que con paciencia y con respeto: todo llegaba antes. Mamá puso una música tranquila y sin saber cómo, cerró los ojos y cuando los abrió ya era de día y estaba en su camita, descansada.
Y colorín, colorado: con paciencia y respeto todo habrá llegado.