Rescatando a Roberto Audiocuento SanaSanita.com Lorena Neira Fernandez

Rescatando a Roberto

A Roberto le encanta jugar al baloncesto aunque es muy bajito y tiene problemas con saltar muy alto para alcanzar la canasta. Pero siempre lo intenta y jamás ha faltado un día a entrenar. Cada entrenamiento se esfuerza muchísimo:
Prepara su bolsa de deporte, sale de casa, camina hasta el polideportivo, se cambia las zapatillas y sale a la cancha.
Y aunque prepara su bolsa, sale de casa, camina hasta el polideportivo, se cambia las zapatillas y sale a la cancha con la mejor de sus sonrisas, la verdad es que siempre sale llorando.
Sale llorando porque cuando prepara su bolsa, sale de casa, camina hasta el polideportivo, se cambia las zapatillas y sale a la cancha con la mejor de sus sonrisas, uno de sus compañeros, Arturo, siempre se ríe de él y le grita:
-¡Bajito! ¡No le llegas a la canasta! ¡Burro!
Roberto, entonces siente un nudo en el estómago, unas ganas irremediables de llorar y una y otra lágrima por sus mejillas. Por eso sale de la cancha, cambia sus zapatillas, sale del polideportivo, camina a casa, deja su bolsa y llora desconsoladamente en su habitación.
Cuando sale de la cancha, cambia sus zapatillas, sale del polideportivo, camina a casa, deja su bolsa y llora desconsoladamente en su habitación, su hermano Óscar, corre a abrazarle.
-No pasa nada, Roberto, sabes que para mí eres el mejor jugador de baloncesto y que yo de mayor quiero ser como tú: un jugador que no pierde la sonrisa ni las ganas.
Como esta historia se repetía cada semana y Roberto preparaba sus cosas, iba al polideportivo, se cambiaba las zapatillas y salía a la cancha sonriente hasta que escuchaba: “¡Bajo! ¡Bajito! ¡Burro!”, a su hermano Óscar, que también era fanático del baloncesto, se le ocurrió una brillante idea: apuntarse.
Y fue entonces cuando Óscar también preparó su bolsa, fue al polideportivo, se cambió las zapatillas y salió a la cancha con su mejor sonrisa, sorprendiendo así a su hermano, que no se esperaba que apareciera por allí. Y en cuanto empezó el entrenamiento y Roberto dio su primer saltito se escuchó:
-¡Bajo, bajito! -y ya no solo era Arturo el que entonaba esto, sino varios chicos, que viendo que Arturo encestaba la pelota y que era muy popular, decidieron repetir sus cánticos pensando que conseguirían ser los mejores amigos de Arturo, el gran jugador de baloncesto.
¡Qué poco sabían ellos sobre lo que estaba a punto de ocurrir!
Roberto ya tenía una lágrima en los ojos pero fue cuando Óscar no permitió que saliera, cogiera sus cosas y volviera a casa, no , no. Le pasó la pelota fuertemente y le dijo, corre, ¡a la canasta! Y cuando ya estaba cerca saltó a sus brazos, haciendo una torre. Roberto era la base y Óscar la parte más alta, cogiendo la pelota y encestando desde allí arriba y viendo cómo todos se quedaban boquiabiertos y empezaban a aplaudir la hazaña.
-¡Wow! ¡Bravo! -decían todos ahora.
Ese día ni Roberto ni Óscar salieron de la cancha, cambiaron sus zapatillas, salieron del polideportivo y caminaron a casa para dejar su bolsa y llorar… no. Ese día salieron de la cancha con los compañeros, cambiaron sus zapatillas entre comentarios de sorpresa y fueron al parque todos juntos a merendar.
-¿Os dais cuenta -dijo Óscar pensativo -de que nunca le habíais dado la oportunidad a Roberto de pasaros la pelota o de mostrar lo que puede hacer? ¿Os dais cuenta de que cada persona es diferente y no por eso peor ni mejor?
La vergüenza se sentía en el ambiente. Todos se dieron cuenta del error que habían cometido. Hacer sentir mal a un compañero porque sea más alto o más bajo o porque pueda hacer algo peor o mejor no es justo. Y nadie debería volver a casa llorando, nadie.
Porque no decidimos cómo somos físicamente pero sí decidimos nuestra actitud y nuestras palabras.
Y colorín, colorado, recuerda que nadie quiere ser mal tratado.

Regala un cuento

¿Quieres hacer un regalo especial?