Había una vez una manada de lobos de esos que aúllan a la luna llena durante horas.
Auuuuuuuu
Aullidos largos, intensos, para decirle a la luna lo bonita y brillante que está. ¡Cuánto les gusta a los lobos esa luz y las noches mágicas de luna llena.
En esta manada en concreto, había familia tan grande, que claro, también tenía lobeznos.
Exactamente tres. Chiquititos y preciosos. A Lobito, uno de ellos, le encantaba observar a su mamá y a su papá y siempre pensaba: ¡Wow! Aullan tan bien, con tanta fuerza… que yo, así no puedo. No sé cómo.
Y cuando por fin salía la luna, su mamita le invitaba a unirse y le decía:
-¡Vamos Lobito, aulla!
¡Ay mami! Es que… … es que … -y se escondía detrás de las patitas de su mami.
Esto no ocurrió solo una vez ni solo cuando había luna llena, porque los lobos también practicaban su aullido. Y se reunían en su cueva para hacerlo.
-Venga, Lobito, ahora te toca a ti. -decía con su voz grave Papá Lobo.
-Es que … -Y otra vez, sin aullar, se escondía detrás de las patitas de su mami.
Lobito tenía vergüenza. Le daba miedo aullar demasiado suave… o demasiado fuerte. O que no saliera su vocecita. O que se rieran de él. O que a su papi no le gustara cómo aullaba. Tenía mucha pero que muuuucha vergüenza.
Un día, jugando con sus dos hermanitos, le preguntaron:
-Oye, Lobito, ¿quieres practicar tu aullido ahora que no hay nadie con nosotros? Todos los lobos
mayores están en la cueva y buscando comida, estamos solos, ¡no tengas vergüenza!
Lobito sentía sus orejitas calientes y calientes, como si de ellas saliera humo y formara una nube gigante encima de su cabeza. Y entonces decidió compartir este sentimiento con sus hermanitos.
Y empezó a explicar cómo se sentía.
-Es que, es que … tengo una nubecita en la cabeza. Siento tanto calor, que sale humo y el humo
forma esta nube que atrapa mi voz y no me deja aullar. -explicaba el pequeñito.
-¡Lobito! ¡Tienes vergüenza! ¡Te vamos a ayudar! ¿Sabes cómo puedes hacer que la nube desaparezca?
-¿Cómo? -preguntó Lobito súper interesado.
-¡Muy fácil! Si es de humo, el humo se va soplando. Entonces lo que tienes que hacer es coger aire profundamente y soplar: abuuuuuuuuuuf. Y otra vez: aaaaa buuuuuuuuuff… Y así hasta que sientas que ya no hace tanto calor, que ya la nube y el humo desaparecieron. Que te sientes más tranquilo y que ya tu voz está preparada para salir.
-¡Qué buena idea! ¡Soplar el humo de la nubecita que me bloquea! ¡La nube de la vergüenza! ¡Voy
a intentarlo! -dijo Lobito cogiendo aire a sus pulmones y soplando suavementeaaaaaaabuuuuuuuuuuf,
aaaaaaabuuuuuuuuuuuuf… ¡Esto me relaja mucho, creo que es porque la nube ya no está encima de mi cabeza! Y …. ¡auuuuuuuuuuuuuu! -aulló el pequeño-
¡aaaaauuuuuuuuuuuuuuuuuu! – una y otra vez aullaba con mucha tranquilidad y con energía.
Porque finalmente había vencido a la nube de vergüenza que estaba sobre su cabecita.
Cuando hubo luna llena otra vez y la mamá se puso a su ladito pensando que Lobito se escondería detrás de ella para no aullar, Lobito se adelantó sorprendiendo mucho a su mami y le dijo: mami, no hace falta que me cubras una vez más. Cuando siento que viene la nube ya sé que puedo con ella, solo tengo que soplarla y soplarla, cogiendo aire y soplando tranquilamente y cuando ya me siento tranquilo, puedo aullar, o hacer lo que me proponga.
-¡Vaya! -dijo su mami sorprendida- ¡Mi amor, qué alegría que quieras aullar con todos! Pero, ¿de qué nube estás hablando?
-Nada mami, nada. – sonrió Lobito, viendo a sus hermanos.
En ese momento su hermanito mayor le guiñó un ojo desde el otro lado, porque ese siempre sería su secreto. El secreto de los hermanos y la nube de vergüenza.