En un pueblo muy pequeñito vivían muchos niños que se juntaban todas las tardes para jugar en el parque y correr sin parar hasta que sus padres les llamaban para volver a casa a cenar.
Como podrás imaginarte al ser muchos, todos eran muy diferentes, aunque se parecían en algunas cositas pero cada uno a su manera. Con el tiempo, según se iban haciendo mayores, fueron creciendo de manera distinta. Mateo ya era más alto, Martín era un poquito más bajito. Algunas chicas tenían el pelo más largo. Carla lucía una melena larga y Daniela, sin embargo, lo tenía mucho más corto. Y Tristón, por ejemplo, se pasaba el día cabizbajo, se sentía triste y no entendía por qué algunos de los niños con los que antes jugaba tan a gusto, ahora le repetían:
-Tú no puedes jugar al fútbol, que tienes las piernas cortas.
-Tú no puedes jugar al pilla-pilla, que corres lento.
-Tú no…
-Tú, no…
-Tú, no…
A veces llegaba a casa y solo le apetecía llorar, porque aunque quería muchísimo jugar a la pelota, no le habían dejado. Aunque quería correr como todos, le habían apartado y él, se sentía fatal. Entonces empezó el nuevo curso y a la escuela llegó una niña nueva, de pelo largo y castaño, ondulado y brillante. Se llamaba Empatía y sus ojos brillaban casi tanto como su pelo. El primer día preguntó en la clase:
-¿Puedo sentarme aquí? -Tú no -respondió rápidamente otra de las niñas del grupo-.
-Ah, vale, no te preocupes, me sentaré en este otro sitio, además es más cerca de la ventana y tendré más luz, ¡genial! Cuando empezó la clase, se le rompió el lápiz y se dio cuenta de que no llevaba sacapuntas en su estuche, entonces se giró y le preguntó a su compañero:
-¡Ey! Por fa, ¿puedo usar tu sacapuntas, se me ha olvidado el mío?
-Tú no -respondió el niño en cuestión- que dice mi amiga que eres muy rara.
-¡Oh, vaya! ¡No pasa nada, usaré el bolígrafo que también pinta! -respondió Empatía con una gran sonrisa. Y siguió: -de todas formas, eso que dices de rarita, es curioso.
El niño no esperaba esa respuesta y rápidamente le preguntó:
-¿Qué es curioso, niña?
-Bueno -dijo Empatía- es curioso que no hemos hablado nunca en la vida, no me conoces pero alguien te dice algo de mí y le crees. Sin darme la oportunidad de que hablemos o juguemos un ratito juntos. ¿No tener sacapuntas me hace rara a mí, o no prestarme el tuyo te hace raro a ti? -dijo sonriendo.
-No te molestes -dijo Tristón interrumpiendo- ellos son así. Te dicen “tú no” para que te calles. Aunque eso duela…
-¿Ah sí? ¡Pues me sé un juego genial!
¿Un juego? -dijeron Tristón y el otro niño.
-Sí, el juego del “tú no”. Cada vez que alguien te diga “tú no…” y te haga sentir mal, debemos cambiar la frase por algo que resulte positivo, que nos haga sonreír y sentir bien. ¿Qué preferías sentiros bien o mal?
-Bien, claro. -dijeron los dos niños sorprendidos.
-¡Guay! Vamos allá: -Tú no sabes qué guay es sentarse cerca de la ventana de la clase, con tanta luz -dijo Empatía primero-.
-Tú no imaginas qué golazo puedo marcar si no me dejas intentarlo -continuó Tristón empezando a sonreír tímidamente.
-Tú no deberías ser malo con alguien que acaba de llegar a la clase y probablemente se siente un poco incómoda porque no conoce a nadie… -dijo el otro niño.
-Tú no pierdas ocasión de sentarte a mi lado, te contaré historias y juegos maravillosos- dijo Empatía.
-Tú no permitas que te digan que no sabes hacer algo, quizás no seas bueno haciendo de todo pero es posible que puedas hacer otra cosa mucho mejor que ellos. -Siguió Tristón cada vez más sonriente y empoderado.
Tú no dejes de hacer amigos en tu vida, porque los amigos nunca sobran… solo suman. -dijo el niño, dándose cuenta de que sus amigos no estaban portándose bien apartando a Tristón o a Empatía. Dándose cuenta de que cuando todos nos respetamos, nos sentimos mejor y una sonrisa asoma en nuestra cara y en la de los demás. Dándose cuenta de que, si algún amigo, habla sin empatía y cruelmente a otro, no debemos permitirlo.- Tú no -continuaba- debes tratar mal a nadie ni dejar que nadie lo haga…Tú no…
Empatía sonrió mucho, enseñando hasta las muelas… Y cerró el juego con un:
-Tú sí… ¡que sabes!
Y colorín, colorado, ¡el respeto fue invocado!