Hecho con mucho cariño para los mayores de la Residencia da Terceira Idade de Campolongo, Pontevedra.
Pedro tiene ya siete años y para su corta edad, guarda en su memoria mil millones y medio de pensamientos, anécdotas, fiestas, imágenes y recuerdos bonitos.
La mayoría de ellos son con su abuelo, ¡que también se llama Pedro, como él y como su papá! Los Pedros (así los llama la abuela) iban a pescar todos los domingos y Pedrito jamás olvidará un día que fueron todos ataviados con cebos, sus cañas de pescar, chubasquero por si acaso, unos bocadillos de media mañana y unos zumos recién exprimidos. Tal era la alegría de pasar esa mañana juntos que el papá de Pedro, con su alergia, estornudó estando de pie en el bote y chassss, ¡volcaron y se cayeron al agua!
¡Menos mal que los tres eran grandes nadadores y pudieron volver al bote en cuestión de minutos! Eso sí, los bocadillos y los zumitos: ¡perdidos!
Pero se habían reído tanto al llegar a casa y contarle la historia a mamá y a la abuela.
Otro día su abuelito había llegado a casa con globos de colores, un regalo enorme y una nariz de payaso, Pedrito no daba crédito: -¡¿pero abuelo, qué haces?! -preguntaba como buenamente podía con el ataque de risa que le había dado al ver a su abuelo con la narizota de payaso.
-¡Feliz cumpleaños! -gritó su abuelo a pleno pulmón.
-¡Abuelo, que mi cumpleaños es el 11 pero del mes que viene…! ¡Qué te has adelantado! -le avisaba Pedrito.
-¡Pues no seré yo quien eche a perder una tarta deliciosa! ¡Lo celebramos hoy mismo! -respondió su abuelo sonando tan optimista ante su error, que todos se echaron a reír y sin dudarlo, sacaron platos para probar la deliciosa tarta de cumpleaños.
Al abuelo le gustaban los coches antiguos, tenía dos en su colección y siempre los lavaba los sábados en su jardín. Pedrito decía que le ayudaba pero en realidad todo lo que le gustaba era la guerra de manguerazos con el abuelo. Cuando entraban en casa todos mojados, siempre se reían en bajito mientras la mamá de Pedro les echaba la bronca, se miraban sin hablar pero se decían tantas cosas con la mirada. Esos momentos son los que se guardarían para siempre, sin saberlo…
Con el tiempo en abuelo estaba menos activo, le dolía la cadera al conducir y dejó aparcadas sus reliquias en el garaje. Aquellos días tan diferentes, las aventuras, las historietas con su abuelo se habían quedado gravadas de por vida en su cabecita pero ya no se repetían. Ahora su abuelo ya era mucho más mayor y necesitaba ayuda a diario, no podía estar solo en casa porque le costaba cocinar y además debía hacer gimnasia a diario para estar en forma. Para ello, habían buscado la mejor de las residencias cerca de casa, donde le cuidaban, le ayudaban con la gimnasia, le hacían sus platos favoritos y donde podía jugar a las cartas con sus compañeros después de comer. Lo que según él era: su deporte favorito.
A Pedrito le había dado mucha pena que su abuelo dejara de visitarles cada fin de semana en casa, que no trajera churros por la mañana o que no preparara barbacoas improvisadas los domingos. Pero entendió que aquel era el ciclo de la vida, necesitamos ayuda cuando somos bebés y niños, necesitamos atención y cuidado hasta que crecemos y nos valemos por nosotros mismos. Pero llega un momento en la vida en el que de nuevo, cerrando el círculo, volvemos a necesitar esa ayuda, esa atención y cariño.
A veces también un poco de medicina… y entendiendo esto, Pedrito tenía claro cuál era la mejor medicina para su abuelo: las anécdotas. Sus anécdotas.
Cada sábado por la mañana le visitaba en la residencia cargado con una sonrisa, una foto y una historia diferente. Se pasaban unas horas hablando de cómo era la vida antes, de cómo el abuelo era cuando tenía la edad de Pedrito, de las mañanas de pesca y de las guerras de manguerazos. De la foto que llevaba, la comentaban y según hablaban al abuelo se le movían mejor las manos, le brillaban más los ojos, hablaba con más energía, le latía más fuerte el corazón. Era sin duda el efecto de la medicina, la mejor medicina: el amor de la familia. El ciclo de la vida nos recuerda que todos nacemos y morimos, que todos necesitamos ayuda y cariño…
Y colorín, colorado, ¡con mi abuelo mucho cuidado!