Había una vez una niña que se llamaba Lara y su hermanito se llamaba Pedro. Lara ya tenía 4 años, casi 5, pero Pedro era un poco más chiquitito, tenía 3 años.
Claro, al ser el más chiquitito, la mamá lo tenía más controlado y le decía todo el tiempo:
-¡No saltes mortales que te vas a dar en la barbilla!-. Y Pedro en la piscina, ¡venga a saltar y venga a saltar! Y la mamá repetía:
-¡No saltes los mortales tuyos!-. Total, que Pedro no escuchaba mucho y todos los días:
-¡Salto mortal! ¡Salto mortal!
Hasta que un día, con mucha mala suerte, se dio en la barbilla.
¡Ay, Pedro! Su salto mortal había sido muy cerca del bordillo de la piscina y se cortó la barbilla. Sangró un poquito y mami tuvo que llevarlo al hospital.
El hospital no dolió porque allí trabajaba el papá de Pedro, le limpió la pupita, le puso unas tiritas y no dolió pero, aún así, esto fue algo muy malo porque era verano y hacía mucho calor y Pedro no podía meterse en la piscina, bañarse, bucear o hacer sus saltos mortales.
No podía ir tampoco a clase de natación, tenía que estar todo el día quietecito para no abrirse de nuevo la herida. ¡Ay Pedro, hay que andar con cuidado!
Colorín, colorado, has de saltar con mucho… ¡cuidado!
