SANA SANITA

cuentos infantiles

Jorge está apagado cuento infantil sana sanita Lorena Neira Fernandez

Jorge está apagado

Mi amigo Jorge últimamente está muy cansado. No sé qué le pasa. Normalmente Jorge habla mucho, tiene energía interminable y da unos chutes al balón increíbles. Pero hace un tiempo que la profe repite mucho su nombre y se enfada con él porque no la escucha.
-¡Jorge! ¿No has dormido bien esta noche o qué? -dice la profe insistentemente.
En el patio Jorge ya no corre, se sienta y mira al frente, con la mirada perdida, ¿qué estará pensando?
-¡Jorge! ¿Hay alguien ahí? -le dije yo el otro día.
Ya no está atento en los partidos de fútbol, el otro día incluso le dieron un pelotazo en toda la cabeza, ni siquiera lloró. Sin duda, algo pasa con mi amigo Jorge.
Curiosamente, a la salida del cole mi mami estaba hablando con la suya y entonces fue cuando decidí intervenir:
-Mamá, ¿puede venir Jorge a jugar a casa hoy? ¿O podemos ir nosotros a la suya, que tiene jardín y perro? -dije entusiasmada.
-Claro que puede venir si quiere, pero Mara, recuerda que no debemos invitarnos a casa de nadie, no es de buena educación. -respondió mamá regañándome un poco porque se me había olvidado lo de invitarse a la casa de los demás.
-¡Ay mujer, claro que sí! -dijo alegremente la mami de Jorge. ¡Venid a casa! ¡Así Jorge jugará un ratito que últimamente no quiere nada más que estar en el sofá! ¡Y así nosotras nos bebemos un cafecito también!
Dicho y hecho. Esa misma tarde compramos uvas, fresas y dátiles y fuimos de visita a casa de mi amigo Jorge. Necesitaba investigar qué estaba pasando y por qué últimamente estaba así, apagado.
Cuando su mami nos abrió la puerta, Fluffy, el perrito salió disparado a darme un lametazo en las piernas, dejándome toda su baba en las rodillas y muslos. No me importó porque eso se puede lavar y además yo sé que los perritos dan besos de esa manera, no saben dar besitos como los humanos. Entonces me reí mucho y entré directa al baño para lavarme las manos y esas babitas de mis piernas. Por cierto, ni rastro de Jorge.


Cuando salí observé el pasillo, se escuchaba una musiquita de fondo pero como mi mami siempre me dice que no es de buena educación toquetear en las cosas de los demás, no me aventuré a investigar la casa que no es mía ni esa musiquita que venía como del dormitorio de mi amigo.
Al llegar a la cocina su mami me dijo:
-Ah, ¡Mara! Todavía estás aquí, vete al dormitorio de Jorge que allí está encerrado y a ver si consigues sacarlo para que meriende, ¡anda!
Ahora sí, con permiso, me dirigí al fondo del pasillo y la musiquita era cada vez más fuerte y la luz más baja, se hacía más oscuro…
Al llegar a la altura del dormitorio de Jorge mi corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en la boca, ¿por qué esa oscuridad y dónde estaba mi amigo?
-¿Jorge? -pregunté.
Nada.-¿Jorge? -insistí.
Nada. Silencio.
Abrí y la puerta y entonces…
-¡Jorge! -dije contenta al ver que estaba allí. Rápidamente encendí la luz y le apagué el televisor que tenía conectado a una máquina negra.
-¡Qué haces! -dijo él apartando por fin sus ojos de la pantalla.
-¡Jorge! He venido a jugar contigo y además ahora veo cuál es el problema. ¡Estás apagado y desconectado! ¡Cuanto más te conectas a la pantalla y a esa máquina, menos estás con nosotros! -dije empezando a sentirme furiosa sin saber por qué. -Ya no juegas, ni saltas en el patio, estás todo el día sentado y tienes la mirada perdida. No hablas como antes ni canturreas por los pasillos. Jorge estás apagado y así no me gustas nada. -Y al pronunciar estas palabras tan feas, se me cayó un lagrimón incontrolable de mi ojo derecho.
Jorge tenía los ojos súper abiertos. Creo que no se esperaba que yo le dijera todo eso. Pero lejos de enfadarse conmigo, me dio un abrazo.


-Perdón. -susurró. -No me daba cuenta de que la consola, esa máquina que dices, y la pantalla, apagaban mi cabeza y me distanciaban de la realidad. Mi abuela me regaló ese juguete y últimamente hasta mis padres discuten entre ellos porque paso mucho tiempo jugando. Es verdad que después de jugar me siento cansado y no me apetece nada hacer otras cosas. No se me ocurren juegos como antes y no me apetece nada más que jugar y seguir jugando. Incluso el otro día jugué por la noche mientras mis padres dormían y no debí haberlo hecho porque al día siguiente me quedé dormido en clase.
-Jorge- le dije abrazándolo yo también. ¡Las pantallas pueden ser peligrosas, un poquito puede estar bien y ser divertido pero si pasas mucho tiempo conectado, te desconectas tú, ¿te das cuenta?
-Sí, Mara. -Ahora mismo voy a darle un abrazo a mi mamá. Últimamente no he sido nada simpático con ella.


Y es que el que juega con pantallas debe saber que un poquito es bonito pero mucho te deja pachucho.
Y colorín colorado, ¡tú no estés apagado!

Regala un cuento

¿Quieres hacer un regalo especial?